viernes, 14 de junio de 2013

Celia

Mi hermana se encontró un poema con mi nombre y me lo regaló. Es bello, profundo, tierno y raro. Quiero ser esa bebé de nombre sonoro, o tal vez sí fui.  Sí soy.


Celia o El viaje del mundo
Fernando Valverde
A Celia, nacida hoy

No conoces la lluvia ni los árboles,
pero ya eres un bosque.

Hoy que comienza el mundo para ti,
que se pueblan tus ojos con el mar,
que todos te reciben como en una estación
donde se espera siempre,
que es principio y asombro,
mapas que no aseguran un lugar donde ir.

Hoy que el mundo comienza,
tristeza inadvertida,
eres el tiempo limpio,
el olor a madera y el silencio,
las preguntas sin sombras
y el amor sin orgullo
del que ha perdido todo.

Es esa mi certeza,
las olas, el océano,
tu risa que es un pájaro.

Has traído el murmullo de un recuerdo,
los pies pequeños, como pequeño
es el rastro de nieve que has dejado
en las horas de enero.
Cómo será la vida cuando crezca en tus manos
con la fragilidad de las buenas noticias,
como un pez que se escurre para volver al río.

Una tarde cualquiera,
con la misma sorpresa que un amor,
vas a sentir la brisa que ha tocado los árboles
con su cansancio antiguo.

Hay veces que es rugosa y escuece como un fósforo
cuando enciende un recuerdo…

Tus manos brillan,
no hay sombras ni puñales,
puedo ver los cometas
arañando la noche
como un barco que zarpa y se adentra en la niebla.

La vida es una casa donde habita un extraño,
un jardín del pasado al que no volverás,
una orilla que buscas con miedo a los fantasmas.

Pero también la vida
es una luz detrás de una ventana
cuando la oscuridad
ocupa cada hueco y cada continente.

Esta noche es oscura,
el tren busca unos brazos
que están al otro lado de las horas.

Mientras, pienso en el modo de decirte
que los sueños son parte de nosotros
como un embarcadero es un viaje.

Porque ya eres un bosque,
y hay delfines, y lagos, y montañas,
y amores imposibles
que se llamarán Celia.

Alguien dice tu nombre en el futuro
y se llena de gente una casa vacía,
todos se sientan a la mesa.

Ya lo habrás olvidado,
fue la felicidad quien sembró este dolor,
fue la felicidad igual que una tormenta
sobre un vaso vacío.

Cuando lleguen el miedo y la desesperanza,
y todas las cerezas hayan caído al barro,
y las gaviotas griten
el olvido imposible de una mujer herida
que siente que avanzar es quedarse más sola…

Si todo esto sucede
recuerda la manera en que la lluvia
se convierte en un árbol
y el modo en que las olas
son el final del agua y el principio del mar.

No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles,
pero ya eres un bosque por el que pasa un río.


(c) Fernando Valverde y Fundación de Ferrocarriles Españoles 
Aquí la versión cantada de Juan Pinilla:




lunes, 13 de mayo de 2013

Empleada desde niña



Carmen trabajó como empleada doméstica desde los 8 años. Podría –si hubiese ido a la escuela- escribir un libro para contar todos los episodios de violencia que sufrió. Recuerda que muchas veces tuvo temor en las casas donde trabajaba y se escapó, solo para ser recibida por su madre con sendas palizas. Cuenta que muchas veces su padre la puso a dormir en la calle por no traer dinero a la casa en su tierna adolescencia. Según ella, antes Calderón no era tan peligroso como ahora y “no le pasó nada” mientras recorría el barrio en esas madrugadas espantosas.

Carmen ayudaba a mantener a sus otros hermanos quienes sí iban al colegio.

Cuando tenía 10 años un mal día saltó de un segundo piso para huir del "señor de la casa" que quería violarla. A esa edad ella no sabía que eso era un intento de violación, solo entendía que era algo horrible y malo.

Luego de escapar se sentó a llorar en la calle. Una mujer bondadosa se acercó a preguntarle el por qué de sus lágrimas y luego le convenció de que vaya a trabajar con ella. Así lo hizo hasta cuando tuvo 15 años. Esta señora fue buena con ella y quiso apoyarla para que estudie también. Lamentablemente no pudo hacerlo porque al buscar sus papeles vio que Carmen no había sido inscrita siquiera en el registro civil.

Siempre que escucho sus historias me pregunto cómo alguien con un pasado tan duro puede ser ahora lo que ella es, una madre y abuela amorosa que ha dedicado su vida a luchar por los suyos. La respuesta que ella mismo me da es que gracias a Dios aprendió a perdonar para librarse de tanto resentimiento.

Tengo dolor, rabia y admiración cada que imagino todo lo que "la Carmita" nuestra ha tenido que vivir.