jueves, 5 de abril de 2012

"Pescador"


Acabo de saborear “Pescador”, la última película de Sebastián Cordero y antes de perder la primera impresión, que es la más fresca, quiero desmenuzar algunas ideas. Me alegro, por cierto, que el cine ecuatoriano ahora tenga suficientes argumentos como para no sentirnos obligados a “apoyar” una película por el solo hecho de ser nacional. En el pasado no tan lejano era casi traicionero criticar la producción cinematográfica ecuatoriana en lugar de resaltar todos sus enormes esfuerzos. Ya no. Se han realizado muy buenos trabajos. Al menos yo, me siento más libre de consumirlos como lo que son: historias.

“Pescador” me sedujo porque tiene enganche. El Matal, su movimiento, lo pintoresco de esa cotidianidad y el protagonista, fue lo más sólido para mí. Blanquito es real y convence. No hay que mirarlo dos o tres veces para creerle. Su actuación me llevó de la mano de principio a fin, sin revés. A más de eso, me pasó como en “Qué tan lejos” y “Prometeo deportado” o hasta en la no tan buena “A tus espaldas” que me sorprendí riéndome con el resto de la sala al identificar las idiosincrasias nuestras reproducidas con picardía. Las piñas en la maleta, el ají en la encomienda, el verde fiado, el coloquio costeño, etc.

Entonces, me atrapó el personaje y su ansia. Me subí con él en el bus a Manta y a Guayaquil y en el convertible con el capó dañado a Quito. Me entretuve. Pero, terminado el viaje, me incomodó quedarme con preguntas sobre la historia misma. Por ejemplo, la coyuntura del padre de Blanquito resultó débil. Me encantaría preguntarle al guionista si ésta fue pensada para justificar el aspecto físico diferente del pescador o para resolver alguna necesidad intrínseca del relato. Me inclino a pensar en la primera opción. Salir a buscar a un padre desconocido que es un poderoso político no me sonó verosímil para dejar El Matal en esas circunstancias de Blanquito. Suficiente tenía con el hastío y con la nueva gran oportunidad de vender su producto de “consumo masivo”.

Hay otras mini historias que luego quedan en el aire o se reducen a meras anécdotas. Una de ellas es la del amigo que sueña con tener su negocio de “Mariscos del Mar”. La trama de la hija de Lorna, si bien nos cuenta algo sobre la coprotagonista y sus motivaciones, queda como un cabo suelto. Lo que no queda suelto alrededor de Lorna y de su buena actuación es el estereotipo de “la colombiana”. Por último, la actuación de Elías, para decir lo menos, se me hizo muy pobre.

En fin. “Pescador” es una película para ver y disfrutar, aunque deje preguntas que deba resolverlas uno, en lugar de que las haya resuelto el guión.